El sexo con el que nace una persona, según el documento, es un “don irrevocable” de Dios “de ahí que toda operación de cambio de sexo, por regla general, corra el riesgo de atentar contra la dignidad única que la persona ha recibido desde el momento de la concepción”. Toda persona que desea “disponer de sí mismo, como prescribe la teoría de género”, corre el riesgo de ceder “a la vieja tentación de que el ser humano se convierta en Dios”.
El documento también declara inequívocamente la oposición de la Iglesia católica a la maternidad subrogada, tanto si la mujer que gesta un bebé “se ve obligada a ello o decide libremente someterse”, porque el niño “se convierte en un mero medio al servicio del beneficio o el deseo arbitrario de otros”.